(Publicado en el Boletín de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de Morón, Abril de 1994)
Las
horas y aún los minutos discurrían con exagerada lentitud en la
implacable mesa de examen de Derecho, desafiando las ecuaciones sobre
espacio-tiempo, en la tarde calurosa y húmeda de marzo.
El
examinando parecía haber estudiado lo imprescindible, si bien sus
respuestas tenían alguna propiedad y cierto manejo del léxico de la
asignatura.
El
examen promediaba con dudoso éxito hasta que llegó el momento
crítico, ese que todos los que han podido capearlo aun lo recuerdan
trémulos de emoción y los otros, los que no pudieron, tratan de
olvidar.
El
profesor preguntó incisiva y concretamente: ¿Qué se entiende por
contratos sinalagmáticos?
Ante
el ominoso silencio del alumno, subrayado por una imparable y tenaz
transpiración que amenazaba anegar los alrededores, el inquisidor le
dio una oportunidad salomónica ¿son contratos bilaterales o
unilaterales?
Encomendando
su joven alma de estudiante a la equitativa Señora de la balanza y
los ojos vendados, y sin reparar que su respuesta sería un simple
aporte al trágico preludio del desastre, el alumno contestó con voz
vagamente temblorosa "...bilaterales ..."
"Bien
... ahora ilustre a los integrantes de esta mesa con un ejemplo de
contrato bilateral", expresó con una leve sonrisa el otro
examinador.
Aprovechando
la confusión producida por la entrada de los responsables del
servicio de cafetería y en un rapto de audacia demencial, el alumno
expresó entre dientes "... el contrato de matrimonio ..."
La
expresión coincidió con esos profundos, absolutos silencios que
ocurren a veces en medio de esas terribles batallas intelectuales que
han dado en llamar exámenes y que los estudiosos de la acústica no
han podido aclarar aún cabalmente.
Ya
no podía retroceder; había cruzado su Rubicón; le pareció que el
universo entero había escuchado las fatídicas e insostenibles
palabras que debían camuflarse -según sus hábiles cálculos- con
los ruidos propios de las tacitas y sus respectivos platos, esas
cucharitas que siempre se caen y las cortesías que expresan los
circunstantes.
Los
examinadores se limitaron a mirarlo con cierta curiosidad y, en ese
instante supremo, se sintió extrañamente sereno, lúcido y decidido
a sostener insólitos, pero no por ello menos respetables, principios
iusfilosóficos.
"Efectivamente
..." dijo con alguna suficiencia no exenta de docta humildad,
"... podemos considerar como ejemplo típico al contrato de
matrimonio, que es aquel en virtud del cual una persona se compromete
a dar a la otra todos los alimentos que pueda obtener a través del
desarrollo de una actividad y/o actividades lícitas y esta, a su
vez, se compromete a entregarle a la primera, previamente cocinados,
el cincuenta por ciento de los mismos".
El
calor y la humedad de la tarde se mantenían firmes cuando ocupó una
de las mesas del bar que estaba en la esquina de la Facultad. Le
habían entregado la libreta con inaudita celeridad, inmediatamente
después de la expresión de sus discutibles ideas sobre la materia.
La puso sobre la mesita, la miró largamente y antes de pedir una
bebida cualquiera pensó, sabiamente, que el Derecho puede resultar,
a veces, un profundo misterio.
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