sábado, 14 de octubre de 2017

Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift



Capítulo V

.........................................................................................................................................

Aseguré a su señoría que la ley era una ciencia con la que yo no había tenido mucha relación, aparte de haber contratado inútilmente abogados cuando había sido víctima de alguna injusticia; no obstante, trataría de satisfacerle hasta donde pudiera. 

Dije que entre nosotros hay una sociedad de hombres a los que se forma desde la juventud en el arte de probar con palabras —que multiplican para tal fin— que lo blanco es negro o lo negro blanco, según se le pague. Para esta sociedad, el resto de la gente son esclavos. 

Por ejemplo: si a mi vecino se le antoja mi vaca, contrata a un abogado para que pruebe que debo dársela. Así que a mí me toca contratar a otro abogado para que defienda mi derecho, ya que va en contra de toda norma de la ley dejar que nadie hable por sí mismo. Ahora bien, en este caso, yo, que soy el propietario legítimo, me encuentro con dos inconvenientes: primero, mi abogado, adiestrado casi desde la cuna en defender la falsedad, se halla completamente fuera de su elemento cuando tiene que defender una causa justa, de manera que es una empresa antinatural que lleva a cabo con gran torpeza, cuando no con mala voluntad. 

El segundo inconveniente es que mi abogado debe proceder con gran cautela, de lo contrario será reprendido por los jueces, y odiado por sus colegas, como alguien que rebaja la práctica de la ley. Así que sólo tengo dos maneras de conservar la vaca. La primera es ganarme al abogado de mi adversario pagandole el doble de honorarios; quien entonces traicionará a su cliente, insinuando que tiene a la justicia de su parte. 

La segunda manera es hacer que mi abogado presente mi causa lo más injusta posible, reconociendo que la vaca pertenece a mi adversario; lo que, llevado con habilidad, se ganará el favor del tribunal. 

Ahora bien, su señoría debe saber que los jueces son personas designadas para dirimir disputas sobre la propiedad, así como los procesos penales, y sacadas de entre los abogados más hábiles que se han vuelto viejos o perezosos; y como toda la vida han estado predispuestos contra la verdad y la equidad, tienen tan fatal necesidad de favorecer el fraude, el perjurio y la opresión que sé de varios que han rechazado un cuantioso soborno de la parte justa, antes que perjudicar la facultad haciendo algo no conforme con su naturaleza y su oficio. 

Es máxima entre estos juristas que cualquier cosa que se haya hecho antes puede volverse a hacer legalmente; y por tanto tienen especial cuidado en registrar todas las sentencias dictadas contra el derecho común y la razón general de la humanidad. Éstas, con el nombre de precedentes, se aducen como autoridades para justificar las opiniones más inicuas, y los jueces jamás dejan de pronunciar sus sentencias de acuerdo con ellas. 

Al alegar, evitan cuidadosamente entrar en los méritos de la causa, sino que se muestran vociferantes, violentos y tediosos demorándose en circunstancias que tienen poco que ver. Por ejemplo, en el caso que ya he mencionado: no quieren saber qué derecho o título puede tener el adversario para reclamar mi vaca, sino sólo si la vaca es roja o negra; si sus cuernos son largos o cortos; si el campo al que la saco a pastar es redondo o cuadrado; si es ordeñada dentro o fuera de casa; a qué enfermedades está expuesta, y cosas así; después de lo cual consultan los antecedentes, aplazan las sesiones de fecha en fecha, y al cabo de diez, veinte o treinta años, pronuncian el fallo. 

Hay que decir asimismo que esta sociedad tiene una jerga propia que ningún otro mortal es capaz de entender, y en la que están escritas todas sus leyes, que ponen especial cuidado en multiplicar; por donde embrollan completamente la esencia misma de la verdad y la falsedad, lo justo y lo injusto; de manera que se tarda unos treinta años en decidir si el campo que me dejaron mis antepasados durante seis generaciones me pertenece a mí, o pertenece a un extraño que vive a trescientas millas. 

En el juicio a personas acusadas de delitos contra el Estado, el método es mucho más breve y recomendable: primero el juez manda preguntar la disposición de los que están en el poder, después de lo cual puede fácilmente mandar ahorcar o salvar a un criminal, preservando estrictamente las debidas formas de la ley. Aquí me interrumpió mi amo; dijo que era una lástima que unos seres dotados de tan prodigiosas habilidades intelectuales como estos juristas debían de ser, según la descripción que hacía de ellos, no se les animara a instruir a sus semejantes en el saber y en el conocimiento. 

En respuesta a esto aseguré a su señoría que en todo lo que no fuera su oficio eran normalmente la generación más ignorante y estúpida entre nosotros, los más despreciables en una conversación corriente, enemigos confesados de todo conocimiento y saber, y dispuestos asimismo a pervertir la razón general de la humanidad en cualquier otra materia de discurso, igual que en la de su propia profesión.  

________________________________________________